sábado, 31 de marzo de 2007

La cara oscura de la globalización

Moisés Naím, director de la influyente revista Foreign Policy, acaba de publicar Ilícito, sobre lo que puede llamarse "el lado oscuro de la globalización". Esta cara más trágica y cruenta y menos conocida del fenómeno, aunque crecientemente importante, necesitaba de alguien como Naím que la mostrase en todos sus ángulos y con el máximo rigor. El resultado no puede ser más certero, ya que une su conocimiento e información exhaustivos a su capacidad para ser didáctico, ameno y siempre impactante.

El desarrollo tecnológico ha permitido que los costes de transportar productos, servicios, capitales, personas e ideas se hayan reducido, lo que, junto con la apertura de los países, ha impulsado la globalización e integración creciente de los mercados.

Por un lado, la aceleración de la globalización económica está integrando rápidamente los mercados internacionales y, como una bola de nieve, está atrayendo a nuevos países en desarrollo a abrirse a los flujos comerciales, financieros y tecnológicos globales, así como permitiendo que los países desarrollados, en un rápido proceso de envejecimiento, puedan recibir mayores flujos de inmigrantes para sustituir a su menguante fuerza laboral. Esto permite que la competencia internacional sea mayor, los precios de muchos productos más bajos, la inflación menor, el poder de compra de los consumidores mayor y los ciclos más largos y, además, que la producción esté mejor repartida, de acuerdo con las ventajas comparativas de cada país y que empiece a iniciarse un proceso de convergencia de la renta en la mayor parte de la población mundial.

Pero el creciente desarrollo tecnológico y la caída de los costes de transporte también permiten que todas las actividades ilícitas y sus agentes sean delincuentes y contrabandistas profesionales o personas que intentar salir de la pobreza, se globalicen. Es decir, que los mercados, tanto de dinero negro, de armas (desde cortas hasta nucleares), de drogas y de arte, cultura, productos e ideas robadas o falsificadas, como incluso, lo que es todavía peor, de hombres, mujeres y niños o de órganos humanos, logren integrarse e internacionalizarse a la misma o mayor velocidad que las actividades legales.

Los ciudadanos y los Gobiernos tienen que enfrentarse a estos delincuentes globales, crecientemente poderosos, ya que sus negocios son mucho más rentables antes y después de impuestos que los lícitos, lo que les permite disponer de ingentes recursos para corromper a políticos, funcionarios, policías, militares e incluso jueces. Además, al igual que las empresas multinacionales, sus bandas, bien organizadas, han devenido globales, con lo que es necesario enfrentarse a ellas de forma coordinada y global lo que requiere poner de acuerdo a muchas administraciones públicas a jueces y policías. Esta dificultad de coordinación ha dado pie a que estas bandas lleguen a organizarse, expandirse y fortalecerse con mayor facilidad y eficiencia que si actuasen en un solo país.

Lamentablemente, con la excepción de las drogas y las armas nucleares, este comercio ilícito y clandestino no ha sido objeto de un tratamiento coordinado internacionalmente con tratados y acuerdos entre países hasta muy recientemente, lo que ha permitido que el poder de sus organizadores haya llegado a ser inmenso, controlando partidos políticos, organizaciones no gubernamentales e incluso Gobiernos ya que en algunos países controlan recursos superiores a los de sus administraciones públicas. El autor cree que si no se hace frente a este nuevo fenómeno global su poder va a llegar a ser de tal envergadura que puede afectar seriamente a la seguridad nacional y mundial y convertirse en otra amenaza tan grave o mayor que el terrorismo.

En definitiva, Moisés Naím ha hecho una aportación fundamental al conocimiento de este mundo clandestino, de este agujero negro en el planeta tierra, tan opaco pero al mismo tiempo tan poderoso, con una aportación de información notable y una capacidad analítica e intuitiva fuera de lo común. De obligada lectura.


Fuente: diario el Pais, domingo 14 de enero de 2007
By Guillermo de la Dehesa



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